Del Miño al Arnoya, leyendas III

Imos a pola terceira entrega deste sinxelo escrito. Se te animas, compártenos abaixo os teus recordos sobre contos e lendas da zona!


Ata o de agora:

- Entrega I

- Entrega II

E agora... Entrega III

5. La luminosa presencia de los espíritus y la muerte


Por Louredo y Remuíño no escucharéis hablar de la santa Compaña. Aquí lo tradicional son “as xans”, lucecitas que se relacionan con los muertos y con muertes de vecinos. Suenen verse lejos, como fuegos fatuos, fuegos que vuelan y se acercan a quien pronto va a morir. Sin ruido, sin cara ni cuerpo, son anuncio de muerte, sin respetos a edad, condición o estado de salud. 

Ni la inocente infancia se libra de ellas y, así, mi padre recuerda al niño que jugaba con ellos por los montes raianos al Arnoia y comenzó a decir que veía “unhas luciñas”. Nadie de los otros las veía. Pronto se levanta y comienza a seguirlas, llegando al río e iniciando un ascenso por las piedras que le permitían seguir detrás de ellas. Nunca más lo vieron con vida, pues lo siguiente que supieron de él fue que había muerto en el mismo río.


 


En Louredo siempre se cita el caso de las luces del monte del Cadaval, aunque, con cierta ironía, se soluciona cualquiera de estos avistamientos diciendo que era un vecino que atravesaba el monte con un candil o era el hambre, que hacía ver visiones. Todo podía ser... Hasta los contrabandistas, que muchos tuvimos por nuestros montes.

6. Al frescor del Arnoya


En santo Antón de Remuíño, Arnoia, le tienen mucha devoción a su patrono. La pequeña iglesia del pueblo fue antaño anexa de la parroquial de san Salvador de Arnoia, pero es, desde el pasado siglo, parroquia con todos sus derechos. La fiesta patronal atrae a familias y amigos que vienen a compartir un día acompañado de gaiteros, Misa y fuegos artificiales. Del santo dicen que es hombre serio y que las bromas no van con él. Así, siendo mi padre niño, sucedió que unos cuantos muchachos jugaban junto a puerta pequeña del templo. Uno de ellos hizo burla del santo de piedra, que allí se ve todavía hoy. Y sucedió que la imagen fue a caer sobre las escaleras, a un paso del gracioso y sus amigos, que no participaban del insulto contra el patrono. La imagen fue reubicada en la peana pública sin la más mínima marca, mas el golpe rompió un tanto el escalón donde golpeó, como en una advertencia viva del alto contra el maldecir humano.

Salgamos a la carretera que atraviesa el pueblo. Un camino donde, por ejemplo, mi padre trabajó de joven. Una carretera donde algunos se opusieron a su construcción fuertemente… para ser, después, los primeros en usarla para ir en coche. La gente conocía, antes de ella, caminos y sendas. La más usada era la que pasaba por el Inquiau, junto al río y al viejo puente que lo cruza. Pero la historia ahora nos lleva a la carretera hoy en uso. Tantas historias preñaban el hablar y la imaginación de aquellas gentes, que eran un socorrido método para alentar buenas acciones y evitar peligros en las criaturas.


Los mayores, muchas veces alrededor del lar, mientras fuera rugía el viento y la lluvia del invierno, las contaban y colmaban de conocimiento y fantasías la mente de los pequeños. Así, en Remuíño, siempre se decía que había que evitar pasar de noche por la Cruciña del curro. ¿Que acontecía en este cruce, cuyos caminos tomaban cara Remuíño, Ponte Arnoia y Lapela? Hoy en día, pondríamos como referencia la bodega del Emilio Rojo, por su fama. Pues acontecía que los muertos pasaban y paraban allí. Los muertos llevados por los vivos, claro, en su camino cara el cementerio parroquial. El lugar suponía un descanso en el camino, una parada en la que se entonaban cánticos y se prodigaban responsos, conforme las cantidades que vecinos y familiares pagarán al cura o al sacristán. Como los cadáveres hacían allí parada de día (las misas y funerales solo se celebraban por la mañana), pensaban que las ánimas recorrerían y pararían en el mismo sitio de noche. ¿Hubo alguien que las había visto? Nadie encontramos que lo confiese.

Pero sí hay quien cuenta, poniéndole nombre a la familia, que un niño veía espíritus. Como infante, sufría y hasta la salud se le resintió. ¿Que mal era aquel? Como sanar a la criatura? Consultado el cura, este adelantó un diagnóstico y una solución: seguramente, al bautizar al bebé, a este le pusieron el óleo de la extremaunción (hoy, óleo de los enfermos) en lugar del de los bautizados. Una solución que cuadra perfecta por la sintonía popular con la magia y la superstición. ¿Y qué cura sería? ¿Quizás uno de los enterrados en Arnoia, con fama de santo, pero involucrado, en un momento puntual, con el Palmar de Troya? Fuera quien fuere, el caso es que al anochecer, cura y familia fueron a la iglesia y repitieron, escrupulosamente, el bautismo del pequeño, resultando sanado este.

Llegamos a las riberas del río Arnoya, en la zona de O Inquiau. Todos los inviernos sube el caudal hasta tal punto que arrasa la zona y traslada tierra y piedras, teniendo que rehabilitarse todos los años para poder disfrutar del área de descanso. Los vecinos de la contorna, años ha, se acercaban a sus molinos de agua, hoy ruinosos casi todos, y allí pasaban las horas de la noche esperando por el grano molido. También trabajaba, en otro lado, un curioso y reservado artista local, apodado O Choio. En su taller, la inventiva y los conocimientos de este vecino de Remuíño, diversa maquinaria ayudaba a sus labores y su arte con la madera era comentado. Quedan muestras de sus trabajos en los altares de las iglesias de Arnoya y Louredo. Dicen que quería trabajar en soledad y que su amor al arte le llevó a viajar a Madrid a aprender más.


 

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