Del Miño al Arnoya, leyendas II

Sigo con la copia de un documento sencillo sobre algunos cuentos y leyendas locales, tal como ayer empezaba...

 3. El ascenso a las montañas de leyenda 

Paramos en A Telleira. Podemos hacerlo ante un cruceiro de 1993. Un monumento moderno que recoge la tradición de otros muchos antiguos. No nos quedamos mucho porque vamos a ver otro, situado a pocos pasos, que nos lleva a un caminito de tierra donde un viejo cruceiro nos espera.

Damos la vuelta para volver a tomar perspectiva. Aparcamos en A Pista, al pie del montículo Coto da Forca. ¡Qué nombre! ¿Será porque alguien se ahorcó, o porque allí disponían tal instrumento y repartían justicia a ojos de todos? Poco he encontrado sobre el lugar y el nombre, pero parece que hace referencia a un lugar donde comienza una nueva jurisdicción. En determinados sitios se colocaban la horca o algún instrumento público y humillante donde los malvados serían condenados a vista de todos, sirviendo como escarmiento. Aquí no hay referencia documental a tales prácticas, pero podría conservar el nombre, diciéndonos que hasta ahí llegaba una comarca y, a partir de esta elevación, comenzaba otra.


El caso es que se sube muy bien y nos da una panorámica del pueblo de Louredo. A pocos metros, cubierta por el bosque, está o Couto da Moura, una piedra donde jugaban los niños que llevaban el ganado al monte y que, generalmente, se relaciona con leyendas de apariciones de bellas mujeres y tesoros ocultos. Desgastada por los elementos, sufre también el desgaste de la memoria, y nadie recuerda ninguna leyenda referida a ella. En Louredo sabemos de su existencia, pero nadie recuerda leyenda alguna. Más arriba, en O Alto da Sardiñeira, se juntaban las mujeres que compraban pescado y lo vendían en los pueblos de los alrededores.

4. Un pueblo con nombre de árbol

Louredo significa lugar con muchos loureiros, laureles. Una abundancia que pudieron ver nuestros mayores, pero que, hoy en día, ya no es definitoria del lugar. Cuando llega Semana Santa, los vecinos cortan sus ramas y las llevan a bendecir el Domingo de Ramos. También se llevan a casa algunos litros de agua bendita. Y no es extraño que alguno rocíe esa agua mojando hojas de loureiros, bendiciendo la casa y todas sus habitaciones. Alguna ramita se coloca en el huerto, pidiendo la bendición sobre los frutos de la tierra. Ojo, más adelante se usarán loureiros como soporte para algunas plantitas que crecen, pero estas no están benditas.

Entremos por A Pista y llegaremos a un viejo transformador de corriente, en torno al cual va creciendo la maleza y el olvido. Por debajo de él está el monte de O Cadaval, que significa lugar arrasado por un incendio con restos chamuscado de árboles y maleza. Una carretera atraviesa el monte, por donde debió ir el viejo camino cara San Benito. ¿Qué importancia tiene? Que era el lugar por donde se llevaban a los difuntos, camino del cementerio. Louredo tiene iglesia, dedicada a san Juan bautista, pero no cementerio. En el monte de O Cadaval, siendo mis padres niños, hubo quien dijo ver las luces de los muertos, “as xans”.


Unos párrafos más arriba he mentado un par de cruceiros: el de A Telleira y el de A Alfarrapa. Bien, si contamos este último como perteneciente a Louredo, el pueblo cuenta con 3 cruceiros y restos de un cuarto, todos perfectamente visitables.

Ya lo contaban los padres de mis padres, señalando, incluso, el lugar donde esta historia sucedió. En los tiempos en que los louredeses bajaban a Remuíño a moler el grano del maíz, sucedió que un hombre, cargado con su saco, se encontró a otro, con un pequeño fuego que lo calentaba. Eran tiempos en los que se cargaba con el fruto de la tierra y el trabajo de los labradores, llevándolo desde las casas hasta los molinos de la zona del Inquiau, al paso del río Arnoia por el ayuntamiento del mismo nombre. El camino, en descenso, era una posible vía romana, y había sido recorrido por el padre Sarmiento en el s. XVIII. 

Le llamamos Refexón y comienza en un cruce de senderos, donde un sencillo crucero bendice a cuantos le dedican una callada oración. El caso es que el vecino de Louredo iba con el saco a la espalda, pasó ante el cruceiro y el hombre de la lumbre como quien pasa delante de un gato. Unos pasos más allá escucha que el hombre le dice: oye, ya que no me saludas, por lo menos saluda a este que tengo al lado (refiriéndose al cruceiro). No cuenta la historia si el hombre siguió tal como había entrado, pero sí que, una vez regresado de moler, buscó los restos del fuego que calentaba la aquel misterioso hombre... Y no los encontró. Por lo visto era el demonio que, bajo forma humana, merodeaba el pueblo aquella noche.

De Louredo también se bajaba por motivos religiosos, pero a san Benito, por la ladera enfrentada a Remuíño. Normal que desde otros pueblos dijeran que los de Louredo éramos “da montaña”, de la montaña. Bueno, más alto que nosotros están los de Zaparín, de quienes nosotros decimos que son de la montaña. Cuestión de perspectivas. Bien, el caso es que a Remuíño se bajaba a los molinos (también a las fiestas) y a san Benito a su iglesia. En Remuíño festejaban a san Antonio, el franciscano, famoso predicador, conocido como “de Padua”, aunque nació en Portugal. Luego lo veremos, pero adelanto que en Remuíño le tienen respeto a san Antonio y en Louredo lo tenemos por un santo bonachón y despreocupado por si le cumples las ofrendas o no. A quien se le tiene más respeto, con temor reverencial, es a san Benito. De hecho, siempre se recuerda la historia de aquel hombre que fue ofrecido a san Benito, por causa de unas verrugas en la mano. Como había acontecido en otras ocasiones, cuando regresó a casa, después de la Misa, ya no las tenía y le decían los vecinos que bien se lo tenía que agradecer a la intercesión del santo abad. El curado, ufano y bien servido de sí, respondía despectivamente: Bien le di una buena limosna, así que pagado quedó el favor. Por darle más importancia al dinero ofrecido que a la confianza en el patrono del Rabiño, una noche se levantó con las verrugas en la mano... Y la ofrenda pecuniaria debajo de la almohada.

La gente iba y venía de noche casi siempre sin más luz que las de las estrellas y la Luna. Esto daba pie a muchas historias, casi siempre de miedo. Así le pasó a aquel vecino que pasando junto al cementerio parroquial, sito en la parroquia del Rabiño, de repente notó una fuerza invisible que lo retenía, agarrándolo por detrás. Intentó zafarse, pero algo silencioso lo tenía bien agarrado y no lo soltaba. Luego, se quedó quieto y preguntó quién era y por qué lo había detenido. Tened en cuenta que podía ser desde un malhechor a un Guardia civil, pasando por un vecino de broma. ¿Y si era un enemigo, un vecino que le quería mal... o un espíritu del más allá? El caso es que el hombre se quedó quieto, esperando acontecimientos. Poco debía faltar para el amanecer, porque pasado un tiempo, que para él sería una eternidad, se dio la vuelta y vio, para su asombro y mayor enfado, que quien lo había apresado era una gran morera.

Pues no faltan historias en Louredo que recuerdan a la señora Xaviera, que vivía en la plaza del Cazapedo, en una casa hoy en ruinas. De ella se comentaba que hablaba con los espíritus, y lo hacía de forma cotidiana. A tal punto había llegado la cosa que, durante el regreso a Louredo desde san Benito, resultó que comenzó a dirigirse a entidades invisibles diciéndoles que la dejara en paz, que ella no se metía con ellas y que deberían dejarla en paz, que ya buena cruz tenía aguantando su presencia continua. También la habían escuchado hablar sola en su casa. El cuento es que, a uno que se mofaba de ella, lo advirtió que no le quedaba mucho tiempo de reírse. Hasta parece que le puso fecha a su muerte. Y, pásmese usted, el mismo día o un día antes del que había dicho, aquel hombre fuerte que la tenía por loca... murió.

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