En el Nombre del Padre...
--Oración inicial para todos los días--
Gloriosísimo san Juan bautista, precursor de mi Señor Jesucristo, lucero hermoso del mejor Sol, trompeta del Cielo, voz del Verbo eterno, pues sois el mayor de los santos y alférez del Rey de la Gloria, más hijo de la gracia que de la naturaleza, y por todas razones príncipe poderosísimo en el Cielo, alcanzadme el favor que os pido en esta novena si fuere conveniente para mi salvación y, si no, una perfecta resignación, con una abundante gracia que, haciéndome amigo de Dios, me asegure las felicidades eternas de la Gloria. Amén.
--Se lee la oración propia del día--
Maravilloso y justísimo Juan que, llegado el día de vuestra circuncisión, no se encontraba en el mundo nombre correspondiente a vuestra grandeza y santidad hasta que el Cielo reveló a vuestros benditos padres el prodigiosísimo nombre de Juan. El cual testifica la justicia y gracia con que os adornó Dios y el cual es tan poderoso que, apenas lo escribió vuestro dichoso padre, cuando se vio libre del impedimento que padecía su lengua y prorrumpió en alabanzas vuestras y de nuestro Redentor. Por esta excelencia grande y porque sois, como dice san Pedro Crisólogo, fiador de la ley y de la gracia, haced, santo mío, que yo sea un verdadero amante de la justicia, imprimiendo en mi corazón esta virtud excelente, para que nunca apetezca cosa que sea contraria a ella y que, por este medio, asegure mi salvación. Y alcanzadme también el favor que os pido en esta novena, si me conviene. Amén.
Hacemos nuestras peticiones.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
--Oración final--
Santísimo y humildísimo señor san Juan bautista, que siendo tanta vuestra santidad que ocupáis un lugar muy distinguido en la Gloria, y siendo tan grande que, como dice san Agustín: quien es mayor que vos no es hombre solo, sino Dios también, con todo eso dijisteis que no os convenía otra cosa que apocaros y disminuiros, y que siendo reputado por Mesías y Salvador del mundo negasteis, por vuestra humildad, aún el ser profeta, siendo más que profeta. Haced, santo mío, que yo conozca mi bajeza y que me humille con este conocimiento hasta considerarme el más indigno y peor de los hombres, sin dar entrada en mi corazón al más leve pensamiento de soberbia.
-- LECTURA COMPLEMENTARIA: Juan el bautista en un extracto del libro 'Jesús-Aproximación Histórica', de José Antonio Pagola.
Juan comienza a vivir allí como un hombre del desierto. Lleva como vestido un manto de pelo de camello con un cinturón de cuero y se alimenta de langostas y miel silvestre. Esta forma elemental de vestir y alimentarse no se debe solo a su deseo de vivir una vida ascética y penitente. Apunta, más bien, al estilo de vida de un hombre que habita en el desierto y se alimenta de los productos espontáneos de una tierra no cultivada. Juan quiere recordar al pueblo la vida de Israel en el desierto, antes de su ingreso en la tierra que les iba a dar Dios en heredad.
Juan coloca de nuevo al pueblo en el desierto. A las puertas de la tierra prometida, pero fuera de ella. La nueva liberación de Israel se tiene que iniciar allí donde había comenzado. El Bautista llama a la gente a situarse simbólicamente en el punto de partida, antes de cruzar el río. Lo mismo que la primera generación del desierto, también ahora el pueblo ha de escuchar a Dios, purificarse en las aguas del Jordán y entrar renovado en el país de la paz y la salvación.
En este escenario evocador, Juan aparece como el profeta que llama a la conversión y ofrece el bautismo para el perdón de los pecados. Los evangelistas recurren a dos textos de la tradición bíblica para presentar su figura. Juan es la voz que grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos. Esta es su tarea: ayudar al pueblo a prepararle el camino a Dios, que ya llega. Dicho de otra manera, es el mensajero que de nuevo guía a Israel por el desierto y lo vuelve a introducir en la tierra prometida.
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