Octavo día de novena a san Juan de Louredo 2020
San Juan bautista en el arte
La iconografía del Bautista, a diferencia de lo que ocurre con la mayoría de los santos, tiene un marcado carácter dual. En el arte sacro se lo representa de dos maneras distintas. Aparece, o bien como niño, o bien como adulto. El primer modelo gusta presentarlo como compañero de juegos del pequeño Jesús y el segundo, por el contrario, como predicador ascético.
SAN JUANITO
En el texto evangélico, tras narrar el nacimiento, circuncisión e imposición del nombre Juan, se reseña que “El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desérticos hasta los días de su manifestación a Israel” (Lc. 1, 80). Ello bastó para representar al Bautista en edad infantil. La iconografía de San Juanito surge en el Renacimiento. Y lo hace toda vez que se relajan las formas y contenidos religiosos que acompañaron al Humanismo. Se buscaba, de esa manera, acentuar la humanidad de la figura de Cristo, otorgando un mayor carácter afectivo al entorno y a los personajes con los que creció el Hijo de Dios.Sin embargo, el tema de san Juanito con el Niño Jesús no tiene justificación bíblica, ya que el propio Precursor afirma “yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel” (Jn. 1, 31). De ahí que el pintor y tratadista Francisco Pacheco (1564-1644), como censor eclesiástico, condenara este tipo de imágenes. En su Arte de la Pintura, publicado póstumamente en 1649, afirma que “pintarlo entretenido con Cristo, ambos niños, es simpleza y ignorancia”.
SAN JUAN ADULTO
La representación del Bautista como adulto se suele adscribir a la del santo ermitaño. Sigue vistiendo la austera piel de camello, que aparece desde el siglo XIV. Su aspecto y fisonomía se han consumido por el rigor de la penitencia. Es el asceta que predica la penitencia en el desierto de Judea y se alimenta “de saltamontes y miel silvestre” (Mc. 1, 6). En cuanto al rostro, Pacheco apunta que se debe pintar “largo, bien proporcionado, flaco y penitente, por la gran abstinencia; el color, tostado y moreno, por los grandes soles e inclemencias de los tiempos; pero, con gracia y hermosura; el cabello y barba no compuesto y crecido; los ojos vivos y encendidos, señal de gran celo y espíritu de Elías; las cejas, grandes, enarcadas y graves, y, en suma, todo el semblante de hombre nobilísimo, pues descendía del tribu real y sacerdotal, como Cristo”.
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